Postrado en su cama por un ataque cardíaco, el peculiar James Lick (1796-1876) consideró construir un monumento para honrar su memoria. Contempló una monumental estatua en la costa del Pacífico, o una inmensa pirámide en San Francisco que albergara sus restos. Finalmente, se convenció de que la mejor manera de inmortalizar su memoria era construyendo un gran telescopio.
Lick no sobrevivió para ver su monumento: el observatorio fue finalizado doce años luego de su muerte. Justo antes de su finalización, su ataúd fue trasladado desde un cementerio en San Francisco al observatorio, y fue sepultado de nuevo en la base del mayor telescopio de su época.
“Incluso el habitualmente frívolo se vuelve pensativo cuando entra en la presencia del Gran Telescopio”. – James Keeler.
Finalmente, en una helada noche de enero de 1888, el Gran Refractor de 36 pulgadas (91 cm) comenzó sus operaciones, comenzando más de un siglo de servicio a la ciencia. El telescopio es el segundo más grande del mundo (en su tipo). Actualmente no realiza investigación científica, sino que permanece educando e inspirando a miles como un monumento de una era anterior de la Astronomía.