Los telescopios astronómicos son de dos tipos básicos: refractores, que utilizan lentes para reunir y enfocar la luz, y reflectores, que también reúnen y enfocan la luz, pero con espejos. Construir espejos adecuados resultaba más difícil, pero el mayor tamaño de los telescopios reflectores, su mejor calidad de imagen e idoneidad para fotografía provocó que los telescopios refractores llegaran a su fin a finales del siglo XIX. El telescopio reflector Crossley fue una parte fundamental en este cambio de paradigma.
En 1895, Edward Crossley, un rico astrónomo aficionado de Yorkshire, donó su telescopio reflector de 36 pulgadas al Observatorio Lick, pero resultó difícil de operar satisfactoriamente. En 1898, y gracias al hábil y joven James E. Keeler, segundo director del Observatorio, el telescopio Crossley comenzó a realizar importantes descubrimientos.
Entre estos descubrimientos, se encuentra el reconocimiento de Keeler de que cientos de “nebulosas espirales”, halladas en sus fotografías de larga exposición, eran un nuevo tipo de objeto astronómico. Actualmente sabemos que las “nebulosas” de Keeler son una parte de los miles de millones de galaxias que constituyen el Universo, y que su trabajo fue una de las primeras contribuciones a la cosmología moderna.
Keeler demostró convincentemente la utilidad de esos telescopios reflectores y el poder de la fotografía celestial. Más allá de su trágico fallecimiento en 1900, a la edad de 42 años, el telescopio Crossley continuó con su excepcionalmente larga y productiva carrera. Al poco tiempo de su fallecimiento, el telescopio fue completamente reconstruido.